Petro: ¿Libreto conocido?
Juan Ignacio Brito Profesor en la Facultad de Comunicación uandes e investigador del centro Signos
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Juan ignacio Brito
Enfrentado a un traspié en el Congreso durante la tramitación de la reforma a la salud que propuso, el Presidente colombiano ha decidido huir hacia adelante: rompió con los partidos tradicionales que lo acompañaban en el gobierno y el Legislativo; cambió a siete ministros (incluido el de Hacienda); pidió ayuda a la “calle” para imponer los cambios; encaró al sector privado pidiendo infructuosamente postergar la elección del gerente de la Federación Nacional de Cafeteros; coqueteó con la idea de convocar a una asamblea constituyente; y endureció el discurso, señalando que si sus reformas no son adoptadas el país puede hundirse en “la revolución”.
En Colombia la pregunta de moda es hacia dónde se dirige Gustavo Petro. Desde lejos, la respuesta parece obvia: hacia la radicalización. El mandatario, que en un primer momento pareció inclinarse por el diálogo y la negociación, parece hoy más dispuesto al conflicto que al consenso. Desde una autoasignada altura moral, les pinta a sus compatriotas un escenario en el que no existen las medias tintas: “Yo o la revolución”. Se ve a sí mismo como el único capacitado para detener la violencia y luchar contra “la jauría de los privilegiados” que, según él, quiere obstaculizar los cambios y mantener sus prebendas.
“Al radicalizar su gestión, alejándose del gradualismo y promoviendo la confrontación, el Presidente colombiano pone en riesgo su gobierno y la paz social en un país donde la violencia tiene una larga tradición. Está, literalmente, jugando con fuego”.
De ratificarse la ruptura con los liberales, conservadores y el Partido de la U (algo no definitivo, pues los dos últimos decidirán su postura esta semana), el gobierno perderá la mayoría parlamentaria y la opción de aprobar sin grandes problemas reformas en salud, pensiones, justicia y tierras.
En caso de que se agote la vía institucional, el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia se muestra listo para promover los cambios a través de la efervescencia social. “Lo que se necesita es que el pueblo esté movilizado”, dijo el lunes. “Este es el momento de los cambios y no hay que retroceder (..) Los invito a estar en la primera línea de la lucha por las transformaciones”, arengó.
El libreto parece conocido. Lo han seguido otros líderes en la región cuando la oposición legítimamente les impide impulsar sus programas. No existe la opción de pactar o buscar unanimidad. Para ellos, la consigna es reforma en sus términos o revolución. Una receta que recomiendan sin tapujos Álvaro García Linera e Íñigo Errejón, el español fundador de Podemos, en su libro común “Qué horizonte”.
El exvicepresidente boliviano asegura que, cuando hay sectores que impiden los cambios, hay que “ponerse del lado de la sociedad y recurrir a la acción colectiva”. Para no dejar dudas, añade: “Apelas a la sociedad y vas a tener que confrontar, con presión colectiva, pero reafirmando otra vez tu narrativa heroica frente a las fuerzas conservadoras que se han atrincherado en ciertas áreas del Estado”. Eso es precisamente lo que parece estar haciendo Petro, que se ha comparado con Simón Bolívar al solicitar la “movilización del pueblo”.
El peligro es obvio. Petro camina por la cornisa. No sólo porque recurre a medidas extralegales para forzar los cambios, sino porque es crecientemente impopular. Sólo el 35% de los colombianos aprueba su gestión, contra 57% que la rechaza. Desde que asumió en agosto del año pasado, su respaldo ha caído 21 puntos, mientras que la desaprobación ha crecido 37%.
Al radicalizar su gestión, alejándose del gradualismo y promoviendo la confrontación, Petro pone en riesgo su gobierno y la paz social en un país donde la violencia tiene una larga tradición. Está, literalmente, jugando con fuego.